Hay ocasiones en las que es tramposo coger la parte por el todo para explicar un determinado proceso, pero lo cierto es que el anunciado cierre de Hummer es tan gráfico en la reconversión que está viviendo la industria automovilística y la economía en general que simboliza perfectamente lo que está pasando.

A través de un escueto comunicado, John Smith, vicepresidente de General Motors, se lamentaba de que la venta de los mastodónticos todoterrenos a la china Tengzhong no prosperara y por tanto tuvieran que dar marcha atrás a su programa de supervivencia para el Hummer. El conglomerado estadounidense se centrará en sus marcas más rentables, Chevrolet, Buick, GMC y Cadillac, en la línea de la política a seguir tras el rescate financiero llevado a cabo por la administración Obama.

Inspirado directamente en los Humvees del ejército del tio Sam, el Hummer se estrenó en los años 80 para satisfacer a los gustosos de los excesos y la robustez. El vehículo enganchó directamente con buena parte de la sociedad norteamericana, amante de las armas, el militarismo y la aventura en vastos terrenos abiertos. Después llegó la conexión como todoterreno de lujo, viéndose cada vez más por las carreteras y ciudades de todo el mundo.

Hoy, tres generaciones después, el vehículo se rebelaba como inviable en producciones a gran escala por su altísimo consumo (15 litros de media en el Hummer 3) y la dificultad para conducirlo en ciudad por su gran anchura. La reconversión a la que se ha visto obligada General Motors ya presagiaba tiempos difíciles para el todoterreno, herido de muerte tras la fallida venta.

La compañía norteamericana ha anunciado que los inevitables despidos se pactarán con los empleados para que se produzcan de forma responsable y progresiva. Experiencia tendrán tras tener que deshacerse de la marca sueca Saab, vendida a Spyker, y cancelar la producción de otro símbolo norteamericano, los deportivos de Pontiac.

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